Una historia bien contada, de las que impactan al lector y le hacen partícipe de las barbarie de los tiempos de guerra: el exilio, el hambre, el cansancio, la muerte, las injusticias… Aventuras y viajes que llevarán al lector a entender como vivían unos jóvenes milicianos que simplemente soñaban con la libertad y que en su camino hacia el exilio se cruzarán con varios personajes históricos de la Guerra Civil: Manuel Azaña y Antonio Machado, entre otros, antes de llegar a sus destinos: París y Nueva York, donde se darán cuenta que sus vidas han cambiado para siempre, y ya nunca volverán a ser los mismos.

Translate

viernes, 14 de febrero de 2014

NUNCA SEREMOS LOS MISMOS, el último grito de González de la Cuesta

De Elia Saneleuterio Temporal 
Universitat de València / Universidad Católica de Valencia

Calentita todavía nos llega la última novela de González de la Cuesta, Nunca seremos los mismos, publicada hace escasos meses por una editorial joven cuyo nombre tampoco pueden perderse: Unaria.
Aunque la novela teje como telón de fondo un escenario fibroso de la historia de España, los últimos días de la guerra civil y las vicisitudes del exilio, el autor sabe hacerse su hueco entre las mejores obras que en la última década han resurgido el tema, con Soldados de Salamina a la cabeza.
Digo novela, pero tiene alguna incursión del género teatral: se trata de un detalle, pero curioso, el hecho de que el autor nos ofrezca al principio un elenco exhaustivo de personajes. Lo cierto es que el lector agradece la ayuda, en novelas con muchos personajes, porque es difícil retener la identidad de algunos que aparecen de manera puntual.
Es un libro que se disfruta, que se acaba y se recomienda a los amigos. Elementos dramáticos aparte, incluso poéticos, entre sus páginas se encuentra la posibilidad de degustar lo mejor del género narrativo: para empezar, una estructura propia de los grandes hitos del género. Dividida en 28 capítulos, la novela avanza con ramas cuya relación o tronco común conoce el lector, pero no los personajes. Lo interesante es que en ellos se distribuye el argumento en tres o cuatro tramas paralelas, que se van sucediendo estratégicamente, consiguiendo grandes golpes de efecto en los momentos en los que el autor las entrecruza, pues no siempre nos encontramos ante el resultado que quizás estábamos esperando. Resumiendo, tanto las sorpresas argumentales como la estructura en capítulos relativamente breves facilitan el mantenimiento del ritmo, al mismo tiempo que agilizan la lectura y aseguran al lector indudable amenidad.
Asimismo la transición entre los capítulos se realiza como lo harían los grandes maestros del género. Guardando una pregunta cuya respuesta abre toda una perspectiva de interpretación, por ejemplo como cuando tras presentar a una mujer desconocida, que acude a una reunión secreta, descubrimos que no es tan desconocida para nosotros como lectores, aunque lo sea para los personajes en ese momento.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Marga rompiendo el frío silencio que se había instalado en todos los demás.
—Mi nombre es Viveka Grossman. (p. 256)
En la presentación del personaje, el autor deja el nombre para el último lugar, un nombre por otra parte elegido con gran poder de atracción, como el del resto de personajes.
El capítulo siguiente retoma una de las tramas argumentales diferentes, dejándonos el regustillo en el paladar de aquello que la simple mención del nombre nos ha suscitado. En mi opinión, esta es una de las estrategias del suspense mejor conseguidas del libro.
Pero no siempre hay respuesta para estas preguntas que González de la Cuesta nos deja para el final… A veces las deja latir en el aire, sin réplica. Por ejemplo, cuando Marcial pregunta al personal del Hostal del Gall por Manuel: “Una cosa más. ¿Me podrían describir a nuestro sujeto?” (p. 284). Conocemos la respuesta, pero no si los interlocutores la satisfarán, ni tampoco las implicaciones que esta tendrá en el avance de la investigación de Marcial… Y como siempre, el siguiente capítulo, desmarcándose de Marcial y centrándose ahora en otros de los protagonistas, nos obligará a mantener la intriga en la recámara, mientras se abren nuevos interrogantes.
Pero sobre todo, la novela brinda al lector la oportunidad de disfrutar de una prosa de lujo, con una cadencia adecuada a los requerimientos de momento argumental, según la contracción o distensión de la acción. Y en relación a esto considero que la novela es bastante decorosa, y me estoy refiriendo al concepto aristotélico de decoro, que recuperaron los ilustrados y neoclásicos a finales del siglo XVIII. Decoro como adecuación de la caracterización física, lingüística, de vestuario, etc. de los personajes a su realidad social, política, de acuerdo con su extracción cultural y económica. Por ejemplo, las referencias toponímicas son diferentes en las descripciones que en boca de los personajes: Girona/Gerona, etc. El autor ha realizado un trabajo profundo de documentación histórica y geográfica que es de agradecer, por la cultura con la que ilustra al lector.
Recuperando la referencia al decoro, por supuesto no me refiero a la ausencia de jugo morboso, que lo hay, aunque sin excederse, que hasta en esto hace el autor gala de buen gusto. Si hay que soltar tacos para caracterizar a un personaje o a una situación, se hace, todo ello con cuidado exquisito del ritmo. Y por ello les quiero regalar un fragmento en el que se consigue magistralmente esta caracterización de la que les hablo.  
Quince minutos, quince, llevaba Marcial esperando a que le sirvieran en un bar del barrio de Sants un café y un bollo. Quince minutos que se estaban clavando en su paciencia como un puñal. Era intolerable que le trataran así, a él, que podía cerrar el local con un simple chasquido de dedos. Era tanto su enfado que, cuando la chica vino con el servicio, dio un manotazo tirando taza, plato, bollo y bandeja por los suelos. Fue un acto de mala leche y soberbia, que dejó a la camarera y a todos los que estaban en el bar estupefactos. La primera reacción fue del dueño que se lanzó sobre él:
 Pero usted qué… cortada inmediatamente por Marcial, que saltó hacia atrás,  sacó su pistola reglamentaria y encañonó la frente del hombre.
No me toque los cojones más de lo que ya lo ha hecho le gritó si no quiere que le joda ahora mismo la vida. (p. 273)
Pero donde se luce el autor, donde yo como lectora he nadado, buceado, con inmenso placer literario, es en los momentos de emoción contenida o distensión en el ritmo de la acción. Yo confieso que me pierdo, en el sentido de que abandono mis sentidos en prosa como esta. Me detengo en ella, degustando lingüística y metafóricamente la trama, el texto (recordad que texto tiene la misma etimología que tejido). Quizás sea yo muy platónica. Pero lo cierto es que cuando el escritor se recrea en la elección de la palabra precisa, cuando se divierte con la construcción no solo del argumento, sino también de la sintaxis, plegándola a su antojo, cuando el autor disfruta, eso se nota, y permite al lector disfrutar con él.
Cuando su cuerpo cansado y envejecido asomó por encima del resto, de repente un silencio, casi reverencial, se hizo en la estación. Todas las voces, todos los sonidos se apagaron como si un viento de admiración hubiera barrido los andenes. Incluso los gendarmes que ya se preparaban para intervenir se quedaron clavados en el suelo. El pueblo amaba a Antonio Machado, adoraba sus poemas, y ahora, ante ellos, ante ese gentío que abarrotaba las estación de Cerbère, posiblemente en el día más aciago de su vida, personas que tomados uno por uno tenían una vida rota que recomponer: familiar, personal, profesional… Ante todos ellos, como expresión de todos los hombres, mujeres y niños que se habían visto forzados al exilio, con la derrota colgada a sus espaldas como una losa, se encontraba el poeta que habían recitado en el colegio hasta la memorización de sus poemas, con el que se habían enamorado y soñado; el hombre que mediante su poesía y sus escritos les había enseñado que otra vida era posible y necesaria, y había apoyado, sin fisuras intelectuales, el camino de la República como valor de progreso y libertad. Todos estos pensamientos le vinieron a la cabeza a Manuel, cuando la piel se le erizó por el silencio impresionante que la sola presencia en Machado había provocado.  (p. 104)
Para acabar me permito la licencia de anunciaros una profecía. González de la Cuesta no será el mismo después del éxito que seguro cosecha esta novela.
Pensemos un momento. Un año antes de escribir el Quijote de Cervantes nadie podría haber afirmado que era el autor del Quijote. ¿Quién era Cervantes a finales del siglo XVI? Quien tuviera el placer de platicar veinte minutos con él no habría platicado con el Cervantes que conocemos ahora.
Ahora veis que no era un juego de palabras. González de la Cuesta, el autor de Nunca seremos los mismos, nunca será el mismo. Y nunca lo será porque este libro no va a poder ser borrado, ni de su currículum ni de la memoria de los lectores. Tampoco va a quedar como una obra más dentro del género de novela histórica de la guerra civil y el exilio, ni dentro de la historia de la literatura española en general.
Quiero dejarles con las palabras con las que González de la Cuesta nos hace pensar al respecto. En una de las numerosas reflexiones mágicas, aplomantes, que dispersa por la novela, nos dice:

Al tercer día de llegar, Bernard le anunció que se iba. Había contactado con compañeros del Partido Comunista Francés y estos le habían encontrado un nuevo alojamiento; volvía a la lucha contra el fascismo, que en esos días en París tomaba fuerza, agitando la vida pública parisina, por los rumores crecientes de confrontación con la Alemania de Hitler, a pesar de los incesantes desmentidos del gobierno. Cada uno debe seguir su camino —le dijoy aquella noche en Le Chat Noir, rodeados de artistas, bohemios, vinos, tabaco y nostalgias, se emborracharon hasta el amanecer. No se volverían a ver nunca más, pero eso entonces no lo sabían, y tampoco les importaba. (p. 207)